El salón de actos “Santiago Pampiglione” de la UTN San Francisco fue escenario esta semana de un encuentro de reflexión y aprendizaje. En el marco del “Mes del Bastón Blanco” y por el 53° aniversario del Centro de Acción Comunitaria de No Videntes (CACNOVI), se realizó el conversatorio “Aportes para la accesibilidad e inclusión en el Nivel Superior”, con la participación de docentes, nodocentes, estudiantes y representantes de instituciones educativas de la región.
Uno de los momentos más esperados de la jornada fue la participación de Bruno Rodríguez, ingeniero en Sistemas de Información no vidente, recientemente graduado en la UTN Santa Fe, quien perdió la vista a los dos años a causa de un retinoblastoma. Invitado como parte del panel sobre accesibilidad en el nivel superior, Rodríguez compartió su historia de vida, sus años como estudiante universitario y su reflexión sobre la educación inclusiva.
Al recordar sus primeros pasos en la universidad, Rodríguez admitió que sus principales temores estaban relacionados con las barreras estructurales y pedagógicas: “Cuando decidí estudiar Ingeniería en Sistemas, uno de mis principales miedos era no poder terminar la carrera. Sabía que eran alrededor de 45 materias, y con que una sola no pudiera adaptarse, no iba a poder continuar”.
Sin embargo, destacó que sus objetivos se cumplieron: “La expectativa justamente era poder enfrentar cada obstáculo, cada problema que surgiera, como la falta de material adaptado o apuntes accesibles, e ir resolviéndolo. Y creo que eso fue lo que sucedió, pudimos superar las dificultades”.
Rodríguez compartió varios ejemplos concretos de los desafíos que debió enfrentar como estudiante con discapacidad visual. Uno de los principales tuvo que ver con el acceso al material de estudio: “La mayoría de los apuntes estaban en formato papel, en tinta, disponibles solo en la fotocopiadora. Yo necesitaba digitalizarlos porque trabajaba con la computadora”.
También relató lo difícil que le resultó poder estudiar: "Había libros de 600 páginas donde tenía que identificar qué capítulos correspondían a los temas que el profesor iba a tomar. Era una tarea que otros estudiantes no necesitaban hacer”.
En cuanto a la parte práctica, explicó: “Era importante que los entornos de desarrollo fueran accesibles con el lector de pantalla. Cuando no lo eran, buscábamos alternativas. Fueron muchos obstáculos, y aunque sería largo contarlos todos, esos son algunos ejemplos”.
Una de las materias que exigió más adaptación fue Matemática Superior: “Mis apuntes eran los que tomaba en clase. No usé ningún libro porque había tantas fórmulas que todo debía estar digitalizado en Edico, el editor matemático para ciegos, que me permitía organizar y estudiar los temas que el docente iba a tomar”.
Universidad con puertas abiertas
Al reflexionar sobre qué hace a una universidad realmente inclusiva, Rodríguez fue claro: “Creo que una universidad inclusiva, ante todo, debe tener las puertas abiertas y aceptar a la persona con discapacidad. Y no solo aceptarla, sino también acompañarla a lo largo de su formación”.
En ese sentido, resaltó la importancia de la actitud institucional: “Es clave la predisposición para buscar soluciones. Como me pasó a mí: si un entorno no funcionaba, buscábamos una alternativa. Nunca decir ‘no se puede’. Si un apunte no estaba adaptado, no era una excusa para que la persona no pudiera cursar. Siempre tiene que haber voluntad de adaptar lo necesario para garantizar el acceso”.
Consultado sobre su paso por la universidad pública y el contexto actual, Rodríguez fue contundente: “La educación pública es fundamental. En mi caso, no sé si habría podido estudiar una carrera como Ingeniería en una universidad privada con las cuotas actuales”.
Además, sostuvo que es necesario retribuir lo recibido: “Uno debe retribuirle a la facultad lo que recibió. Por supuesto que también se lo tenés que dar a la sociedad, que a través de los impuestos sostiene a la universidad. Como ingeniero, siento una responsabilidad ética, civil y social de colaborar”.
En su caso, esa devolución ya está en marcha: “Cuando ingresaron nuevos estudiantes ciegos a la carrera, me pareció lógico ofrecer mi tiempo, como en su momento lo hicieron conmigo tutores, compañeros y profesores que me ayudaron a adaptar el material. La idea es que esos estudiantes tengan acceso desde el inicio a los recursos que a mí me costó conseguir al principio”.
Presente profesional y futuro académico
Actualmente, Rodríguez se desempeña como desarrollador en una empresa de software de Santa Fe: “Hace cuatro años, mientras empezaba mi tesis, ingresé a una empresa de desarrollo de software, donde todavía trabajo. Sigo con ganas de crecer profesionalmente, aprender nuevas tecnologías y seguir formándome”.
Finalmente, no descartó sumarse a la docencia universitaria: “Sobre el rol docente, quizás no me veo dando teoría, pero sí podría aportar desde la práctica en algunas materias. Creo que uno tiene que contribuir desde el lugar que le toque y donde sienta que puede ser útil para las nuevas generaciones”.